jueves, 29 de diciembre de 2016

Dancing Mood: Última fecha del ciclo “Domingos de Marzo” (29/03/09) Niceto Club, Buenos Aires (Argentina)



Para los que no conocen mucho de la escena ska de por estos lares, Dancing Mood es considerada la Big Band argentina por excelencia. La orquesta liderada por Hugo Lobo en trompeta (Fabulosos Cadillacs, Los Cafres, Ataque 77, Dos Minutos, Riddim, Satélite Kingston, entre otras) está conformada por once músicos estables, los cuales rescatan lo mejor del ska instrumental, el reggae y el jazz. Con casi nueve años de existencia, cuatro discos de estudio, uno doble en vivo y un dvd, esta banda se las trae. Si bien no es la primera vez que lograba verlos en vivo, cada concierto de la banda alberga algo nuevo, presentando en el escenario a músicos y vocalistas invitados para la ocasión. 

Esta vez se cerraba el ciclo de “Domingos de Marzo”, el cual por ser la última fecha del verano argentino prometía terminar en fiesta. Y no nos equivocamos. Llegué a Niceto Club un rato antes de comenzar el concierto. Había mucha gente afuera, esperando la hora de entrar. Entre cervezas, vino y sustancias no tan ilegales, también yo esperaba hacer mi cola para entrar. Por la puerta podía ver a Sergio Colombo (saxo tenor), al Mono Avellaneda (Batería) o Rubén Mederson (saxo alto) bromear con la gente de seguridad. La banda considera este local como su casa. Al ingresar nos dimos con la gratísima sorpresa de poder escuchar la música de Juaneco y su Combo (Sí, como lo leen) de fondo musical antes de que la banda suba al escenario. Imaginamos que en su vista al Perú con Los Fabulosos Cadillacs Hugo Lobo pudo conseguir material de este legendario grupo amazónico. Es así que lograba ver gente moverse al ritmo de la cumbia amazónica. Poco a poco se iba llenando el local. En esas idas y venidas, pude acercarme al único stand que ofrecía discos de distintas bandas de acá así como la discografía completa de Dancing Mood. Logré comprar el dvd Deluxe, grabado en las dos fechas que la banda hizo en el Teatro Opera. Mientras estaba en Lima, sólo había podido ver algunos videos del mismo por medio de Youtube. También compré un compilatorio tributo ska reggae a los Beatles. Habían bandas argentinas (en su mayoría) aunque también estuvieron los Skatalites con Vin Gordon en el trombón, Gondwana de Chile, los Antidoping de México y un par de bandas de Costa Rica y Brasil. Sarcásticamente lo llamaron “El Álbum Verde”. A todo esto pude percatarme lo grande que es la escena reggae aquí. Había una cantidad considerable de discografía, así como unos tres o cuatro dvd´s editados de algunas bandas nacionales. Mientras, en el ambiente principal los técnicos iban ultimando detalles al sonido y la utilización de cada espacio dentro del escenario. 

Después de casi una hora de espera, la banda hizo su aparición en escena. Con el Buenas Noches Muchachos… Esto es Dancing Mood (clásico saludo de Lobo) la banda comenzó a interpretar “A nigth in Tunusia” (título modificado a propósito) adaptación de Dizzy Gillespie, conocido trompetista de jazz; para luego seguir con Scrapple from the Apple, adaptación de Charlie “Bird” Parker, saxofonista del cual no hace falta presentación alguna. Ambas versiones son del Dancing Groove, tercer disco de la banda. Luego de este calentamiento vendrían dos canciones nuevas, aún sin nombre. Siempre en la misma onda instrumental. La gente ya había comenzado a bailar. Seguido, darían paso al pequeño set “Skatalites”. Sonarían: You’re so Delightful (con un impresionante sólo de Ruben Mederson en el saxo alto, sacándole “carcajadas” a su instrumento) Garden of love, Eastern Standard Time. Vale decir que los temas si bien son adaptaciones, logran una calidez única debido a la utilización de una flauta traversa y una armónica (instrumentos que Skatalites no solían incluir en sus temas). Asimismo, los solos de cada instrumento crean una atmósfera propicia para el deleite de la gente. Dado este pequeño set (luego habrían mas canciones de los padres del Ska), Hugo Lobo aprovecharía para saludar y agradecer a todas las personas que los acompañaron en el concierto denominado The Queens of the Reggae & Ska show presentando a Pauline Black (The Selecter) y Doreen Shaffer (Vocal de The Skatalites) el pasado 20 de marzo en el Teatro Colegiales. La banda sirvió de apoyo a estas dos excelentes vocalistas del género. Rematarían el set llamando al primer invitado de la noche: Pablo Lescano, tecladista de Damas Gratis (grupo de Cumbia). Con él en escena interpretarían “Confucious”, poniendo a la gente a bailar acompañando con palmas, tarareando el fraseo principal de los vientos. Terminada la canción y los agradecimientos del caso, Lescano se despediría entre aplausos. ¿Quieren más Dancing Mood? ¿Quieren mas Skatalites? preguntaría Lobo al público. La respuesta no se hizo esperar. Sonaron “Dr. Kildare” y una de mis favoritas “Latin Goes Ska”. Niceto ya era una fiesta. Dancing Mood otra vez lograba su cometido. Ya estábamos a mitad del concierto. Ahora vendría el momento de relax con Take Five, María, 20 minutes to go, Exodus y Fantasy. Después de haber bailado tanto, sólo quería ir al baño a refrescarme algo, lo hice pensando que no tocarían mas temas de Skatalites. Pero me equivoqué. Desde los pasillos de regreso al ambiente principal logré escuchar el riff distorsionado de “Police Woman” (esta canción es un clásico en los conciertos de Dancing Mood) Con mi banda en Lima, solíamos hacer también ese cover. Me abrí paso entre la gente como pude, y otra vez a bailar. 

Dato curioso: Al momento de dar paso a los solos, todos los vientos se retiraron del escenario, salvo Sergio Colombo, dejándolo en primer plano. Parece q esto no estuvo estipulado, ya que la cara del Saxo tenor era de sorpresa. Llegaba el momento de presentar al segundo invitado de la noche: el Pelado Rossatti, vocalista de Papas Ni Pidamos. Con él en micrófono vendrían Enjoy Yourself (Prince Buster) y Just Don’t Want to be Lonely (The Main Ingredient). Esta última canción aparece también en el disco Dancing Groove, interpretada magistralmente por Karen Fleitas del trío de hip hop argentino Actitud María Marta. La noche se iba cerrando. En el rostro de la gente se veía la satisfacción de haber presenciado un espectáculo a la altura de lo esperado. Dancing Mood suele no defraudar en sus presentaciones en directo. Como antesala a la despedida, la banda interpretaría “Perdido”, canción que los identifica en los conciertos y la gente suele pedir y disfrutar mucho. Terminada esta, Hugo Lobo daría paso a la presentación de cada uno de los integrantes de la banda. Mención especial para Gerardo “Toto” Rotblat (Fabulosos Cadillacs, Cienfuegos, Dancing Mood, Mimi Maura y su propia banda: Orquesta Jabalí) desaparecido percusionista que también formó parte de la alineación liderada por Lobo. Ahora se anunciaba la última canción, previamente Hugo Lobo haría un acuerdo con el público: Que se forme un trencito el cual atraviese toda la pista de baile del local, y si esto salía bien, las primeras 50 personas que se acercaran a la barra ni bien termine el concierto obtendrían una “birra” (cerveza), cortesía de la banda. El último tema sería Occupation (Music is my), canción de los Skatalites. El tren fue muy numeroso y también muy entusiasta, sellando una noche de buena música, alegría y mucho baile. Después de las despedidas de caso, me dispuse a abandonar el local. Al apagarse las luces, regresó la música de Juaneco y su Combo; y en la barra, un centenar de personas pugnando por la cerveza prometida. Valió la pena no ver el Perú-Chile por las eliminatorias Sudáfrica 2010. De veras.

viernes, 28 de octubre de 2016

Hèroes Anònimos


El cercado del Callao, mezcla de antigüedad, nostalgia y picardía nos da la bienvenida en una de las primeras tardes frías de este otoño que ya se va. Siguiendo por la calle Teatro, frente al remodelado Teatro Municipal del Callao, en una de esas callecitas donde se gesta la lucha entre lo antiguo y lo moderno se encuentra la Compañía de Bomberos “Salvadora Nº 9. Desde pequeños en nuestro inconsciente tenemos que los bomberos son las personas que tienen una ilimitada capacidad de compromiso y valentía, la cual demuestran arriesgando sus vidas de manera voluntaria. Por ello, si buscásemos héroes anónimos, que duda cabe de que a muchos de ellos los encontraríamos vinculados a esos uniformes rojos, las mangueras, la veloz bomba o el ulular de las sirenas. 

“No sé como explicártelo, creo que es difícil describirlo, muy aparte de la adrenalina al salir a emergencias que es inmensa, está el saber que tienes la capacidad de ayudar a alguien que de repente jamás vuelvas a ver en tu vida pero que en ese momento fuiste la persona que lo hizo sentir protegido. Pero muy aparte de eso, el ser bombero para mi es muy especial, gracias a eso conocí personas maravillosas que hasta la fecha me acompañan. En realidad el ser bombero es una parte de mí que me acompañará por siempre”. Estas son las palabras de Delia Solari Martínez, mujer, 26 años, casada, chalaca de nacimiento y algo mas… es bombero voluntario desde los 16 años. “Cuando tenía 16 años, nos mudamos a vivir con mi abuela al frente del teatro Municipal del Callao, que queda al frente de la compañía de bomberos a la cual pertenezco, entonces me llamaba la atención el ver a los bomberos y encima que habían mujeres, mis primos vivían a la vuelta de nuestra casa, entonces cada vez que salíamos juntos pasábamos por ahí y nos quedábamos viendo a los bomberos. El esposo de mi tía es bombero también así que eso nos hacia sentir mas curiosidad así que un día decidimos postular, fui con dos primos y nos inscribimos”.

La actividad bomberil se remonta a los albores de la humanidad. La historia nos muestra que los egipcios y romanos fueron los primeros en formar grupos de ciudadanos que se dedicaban a controlar siniestros con métodos relativamente eficaces. En el caso de Roma, Augusto Cesar formó un escuadrón de 600 esclavos llamados “vigiles”, los cuales se convertirían en el primer cuerpo de bomberos en la historia. Habiendo cruzado el charco, 1860 sería el año en cual se fundaría la primera compañía de bomberos (como tal) en el Perú, siendo esta la “Compañía de Bomberos de Paita”, al norte del país. En Lima la primera compañía en ser organizada sería la Compañía de Bomberos “Unión Chalaca”. Dado este importante precedente, en todo Lima y el interior del país comenzaron a crearse más compañías de bomberos voluntarios con el objetivo de paliar la necesidad de control de siniestros en las diferentes comunidades del país. Hay un dicho al interior del Cuerpo General de Bomberos que reza así: “Callao, cuna bomberil”. Y no es para menos. Además de haber albergado a las primeras compañías de bomberos voluntarios (muchas de las cuales perviven hasta el día de hoy), el primer puerto y sus nacientes compañías fueron testigos de dos hechos que marcaron su existencia como una organización de servicio a la comunidad en general: El Combate del Dos de mayo de 1866 y la ocupación de Lima durante la Guerra del Pacífico en 1879. En la primera, formaron parte de la defensa del primer puerto frente a la escuadra española y en la segunda fueron parte del socorro médico a los valientes hombres que defendieron la ciudad donde vivían. 

 Para el caso de la Salvadora Callao Nº 9, su creación data del año 1873, teniendo entre sus fundadores al Dr. Santiago Távara, médico cirujano del Monitor “Huáscar” , uno de los pocos sobrevivientes del Combate de Angamos; asimismo a Alejandro Deustua, destacado hombre de letras y rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Tras pasar, observamos la gran cochera que alberga dos unidades de emergencia. El techo es un poco más alto de lo acostumbrado y el eco emitido por la radio de la pequeña central de emergencias lo es aún más. Sentado sobre el piso escucho atentamente a Delia, que se dispone a asear un poco el lugar. “El voluntariado es para personas que realmente sienten que pueden y quieren dedicar tiempo a ayudar a los demás, es saber dar sin esperar nada a cambio porque en esta profesión no recibimos mas que las gracias de las personas que ayudamos. La gente nos observa bien, aunque algunos están mal acostumbrados porque no se dan cuenta que nosotros somos voluntarios y nos exigen a veces sin saber el sacrificio que hacemos para estar ahí”. Sus palabras suenan a verdades. De esas que escuchas, comprendes y aceptas sin chistar. Y es que Delia de un momento a otro se vuelve en la portavoz de todos los bomberos. Deja la escoba y regresa con un trapo en la mano para poder sacudir un poco el polvo acumulado en las unidades.

 “Por ejemplo recuerdo que un día de semana (que es donde generalmente hay menos gente en las compañías de bomberos) nos mandaron a una emergencia por Ancash que es una zona peligrosa y encima pobre, porque no hay ni hidrantes (que necesitamos para abastecer nuestras maquinas mientras trabajamos en emergencia) la gente nos gritaba porque nos habíamos demorado y se nos querían ir encima. Ese día sólo estaba el chofer y tuvo que hacer sonar la muda (que es como una alarma que indica que se necesitan bomberos para ir a una emergencia) y esperar a que llegáramos para poder ir a atender la emergencia”. De pronto suena una alarma, pero es la de su celular. Disculpándose se retira unos momentos a contestar la llamada. Durante esos momentos, trato de dar una rápida vista panorámica al lugar. Trato de imaginar como puede ser el día a día de un voluntario en esta o cualquier otra compañía del país. Personas de carne y hueso que se dedican a poner a salvo a sus semejantes, acomodándose a las condiciones del contexto sin vacilar, perdiendo horas con su familia para cubrir guardia. Simplemente tienen un temple a prueba de balas. Logré escabullirme al segundo piso donde tienen una sala de ceremonias. Las paredes un poco gastadas albergan algunos cuadros de antiguos comandantes de la compañía. Rostros adustos y solemnes por doquier. De pronto, con el rabillo del ojo veo una sombra. Me doy cara a cara con otro miembro. Nos saludamos, le explico del porqué de mi presencia esa tarde. Se despide muy amablemente. Recién llega a la guardia. De regreso a la cochera, la interrogo. Luego de escucharme cambia un poco el gesto y pierde la mirada entre los casilleros, para finalmente desviarla al vacío. “La verdad no estoy segura cómo acepté la vocación de bombero, creo que primero fue por la curiosidad de saber como es la vida bomberil y luego mientras estaba ahí me di cuenta que me sentía bien haciendo esa labor, ayudando a los demás. ¿Cómo una persona que se jacte de serlo puede mantener la cabeza fría ante situaciones extremas? ¿Es un aprendizaje? Es parte de la inteligencia emocional. Los Voluntarios no entran siendo los mejores en este aspecto. Tampoco les proporcionan un manual sobre el tema cuando ingresan a ser parte de la Compañía. Todo se aprende en la cancha. Con temple. Con cabeza fría: “A veces es difícil, por ejemplo hubo una vez que fuimos a una emergencia médica y era una señora joven de unos 45 años que ya había fallecido cuando llegamos, y su familia lloraba desconsoladamente. Había personas de todas las edades, pero más pena me dio el esposo porque lloraba en silencio. Siempre trato de que no interfieran mis emociones, generalmente en estos casos me vuelvo fría y trato de poner mi mente en blanco durante la atención. Luego cuando todo termina, recién puedo pensar en lo que debe estar sintiendo o pasando esa familia”. 

 La noche está al caer en el primer puerto. Un leve olor a mar brava inunda el olfato. “Cuando salgas de aquí, mejor ándate por Dos de Mayo, porque si vas por Buenos Aires puede que salgas perdiendo. Además aquí se camina con la boca cerrada”. Sonrío como diciéndole que esto aún no ha terminado. La labor de un bombero tampoco termina. Ya que el peligro acecha a cada momento y donde menos los esperas. “No lo he pensado mucho, es cierto que un bombero esta expuesto a muchos peligros pero creo que si trabajas bien y confías en la gente con la que trabajas durante una emergencia, estos riesgos se minimizan. Pero es obvio que una persona que tenga un trabajo de riesgo, siempre va a tener el peligro rondando, pero igual creo que se puede evitar cuando se trabaja bien y en equipo. Sabias palabras de una mujer que lleva “años en el negocio”. Estoy a punto de despedirme cuando…. Suena la sirena. Se despide al vuelo poniéndose las botas en el camino, entre el ulular de la sirena. “Ya sabes, sales por Dos de Mayo ah”. Claro, si un bombero me lo dice ¿Cómo no hacerle caso?

lunes, 26 de septiembre de 2016

El Invitado Especial


La tarde moría sobre la quinta ubicada en la tercera cuadra de la avenida José Leal. Afuera, como cualquier tarde de diciembre, el cielo color panza de burro acompañado de un bochorno denso arrastran hacia la inercia y el aburrimiento. Los autos al igual que las personas, van y vienen encendiendo las primeras luces nocturnas. El ruido y los gritos se apagaban al llegar al patio de la vivienda. Dentro, en el departamento C, un leve canturreo adolescente invitaba a pasar: Milagritos lavaba los últimos platos de la vajilla recién sacada del baúl. La joven sabía que su madre sólo utilizaba estos utensilios cuando había visita, y no cualquier visita. Una visita especial. Milita (cómo la llamaba mamá) sólo vió utilizados esos platos cuando vino tío Quique de España con su esposa e hijos, o cuando la Mama falleció. La muerte también puede ser una invitada especial.

Dejando secar lo platos, la joven acomodaba sillas y terminaba de barrer la pequeñísima sala que poseían. En el fondo Milagros se preguntaba quien sería la visita tan especial que recibirían esa noche. No habían recibido una carta familiar en años, sus padrinos y los de su hermano ya ni se acordaban de ellos. Las navidades desde entonces habían sido de a tres. Sólo se relacionaban con la demás gente que vivía en la quinta, siendo parte de su única familia.

Con el trapeador en la mano, Milagros se paró en el marco de la puerta y vociferó:

- ¡Gonzalo! ¡Deja de patear la pelota de una buena vez y ven a bañarte! ¡Ya son las siete! ¡Mi mamá no tarda en llegar!
- ¡Ya Milita, espérame un rato que termine el partido! – respondió su hermano en medio de una jugada de contraataque.
- ¡No! ¡Ven ahorita! – espetó la joven rápidamente.


El partido seguía a pesar de los gritos de Milagros. Por la razón o por la fuerza, se dijo la muchacha. Con paso decidido y cuál arbitro de fútbol dispuesto a no dar tiempo extra al asunto, Milita cogió la pelota y mandó a todos a su casa. Total, la misma escena que ella protagonizó hacia segundos con su hermano se repetiría con cada uno de los niños ahí presentes y sus madres. Es así, que entre refunfuños, murmuraciones y malos humores, Chalito arrastraba los pies hasta donde se ubicaba su hermana. Visiblemente molesto por la interrupción, el niño miraba el piso al caminar.

-Pucha Milagros, ¿como hiciste eso? ¡Estábamos en lo mejor de la pichanga! – reclamó el niño mientras daba un leve manazo a la pared y movía el cuerpo como si fuera víctima de una descarga eléctrica en señal de molestia.
- ¿Y...? ¿Acaso no te dije desde que llegamos del colegio que tenías que entrar temprano a la casa? ¿Estudiaste para mañana?

El niño seguía con el rostro enterrado en el piso. Milagros esperaba una respuesta, un solo gesto. Chalo se quedó inmóvil. Milagros sostenía la pelota entre sus brazos. El niño dio dos pasos hacia el umbral de la puerta de su casa y volteó inesperadamente:

-¡Pero le dije a mi mamá que tenía que comprarme unas láminas para Historia!- gritó furioso.
- Pasa por favor, que de ahí vamos a comprar las láminas.

Milagros cerró la puerta detrás de su hermano. Se agachó un momento a recoger un recibo de agua. Al mirar de reojo el aviso de deuda pendiente la muchacha no terminó de abrir el sobre. Lo guardó en su bolsillo derecho y avanzó sobre el angosto pasillo que daba hacia la cocina.

- ¡Dame mi pelota!
- ¿Gonzalo que te pasa?- se mostró sorprendida la muchacha.
- ¡Dámela!
- Gonzalo por favor, pórtate bien.

Los hermanos comenzaron a forcejear mientras se acercaban cada vez más hacia la entrada de la cocina. Gonzalo a pesar de ser aún un niño tenía una fuerza mayor a la de su hermana ya adolescente. La edad no era sinónimo de nada. En un microsegundo, Milagros recordó que había dejado la vajilla de su madre secando al pie del lavatorio de la cocina. Laura, su madre, había sido muy clara al momento de llamar a su hija donde la vecina Paredes (la única vecina de la quinta que tenía teléfono). Milagros debía sacar la vajilla del baúl porque en la noche su madre vendría con alguien muy especial.

Pero ya era tarde. Tras un último forcejeo, Chalo terminó por arrebatarle la pelota a su hermana, pero con consecuencias lamentables. La pelota fue a dar al caño de la cocina y luego al piso con la vajilla rota. Todo en el mismo microsegundo que Milagros se detuvo a pensar.

Luego de las culpas no admitidas (del caso) Milagros y su hermano se dispusieron a pegar los platos. La noche era un hecho sobre la quinta. Los muchachos lo sabían. Su madre no tardaría en llegar. Lograron pegar un plato, pero en suma, la rotura no ayudaba: Varios de los platos se habían roto en mucho pequeños pedazos. Frustrados, los hermanos sentían avanzar el tiempo con mucha angustia. Un silencio sepulcral llenó la mísera habitación que albergaba un comedor de cuatros sillas (todas distintas entre sí) y un pequeño estante donde la madre guardaba un par de diplomas de mérito a la nada que sus hijos habían traído en algún fin de año.

Miraron el reloj. Su madre se estaba tardando mucho. A Milagros conforme pasaba el tiempo se le ocurrían las justificaciones más tiradas de los pelos, desde un resbalón suyo (el piso se moja y a veces uno es muy descuidado con ello) hasta un fuerte temblor que remeció nuestra costa, y claro está, nuestro lavatorio con los platos. (¿No escuchaste nada en la radio mami? Pues fue muy fuerte, no sabes)

Sin el clásico silbido, de pronto se abrió la puerta. Era su madre que hacia su entrada. Un poco agitada y con los cabellos desordenados se plantó en el umbral cubriendo con su cuerpo el espacio vacío que separaba su casa con el patio de la quinta. Al divisarla, Gonzalo corrió al encuentro de su madre. Con lágrimas en los ojos, le dijo que no había sido su culpa, ni la de su hermana, los platos se habían caído antes de que el entre con la pelota a la casa, que ya sabía que le había dicho mil veces que no jugara dentro de la casa, que las cosas podían romperse, pero ellos no tenían la culpa de nada. Milagros seguía la escena, expectante, pendiente de la reacción de su madre.

Laura apartó a Gonzalo de su lado. Sus ojos cambiaron de expresión, cargados de ira y enojo se clavaron en la figura de sus hijos, los cuales sólo atinaron a retroceder hacia la pared, con mucho miedo. Sin mediar palabras, Laura se despojó de la correa que traía puesta. La sujetó y avanzó hacia sus hijos, los cuales la miraban con lágrimas en los ojos, desconociéndola. De pronto, un ligero viento cerró violentamente la puerta de la casa, silenciando los gritos desesperados de los niños y dejando afuera la caja sellada que contenía el televisor nuevo que Laura había comprado esa misma tarde.

martes, 21 de junio de 2016

Manual del Perfecto Escritor Latinoamericano III

















Los entrañables desconocidos se dirigieron hacía un salón vacío. El Escritor caminaba tranquilo con las manos en los bolsillos, pensando que fue un craso error haber aceptado la invitación al cóctel. Tras pasar una primera puerta, se acercaron a otra más pequeña. Jesús le hizo una seña al tipo que estaba parado en la puerta. Jesús lo hizo pasar mirando previamente a sus costados, como verificando la inexistencia de algún testigo indiscreto.

La habitación era completamente cúbica, cual pequeña pecera a gran escala. Los muebles, de cuero negro, despedían un olor a naftalina, a santurrona de pañolón blanco. La biblioteca era una suerte de colecciones de tapadura, casi todas con leyes, ordenanzas, historias del Derecho y memorias de algún intelectual de hace muchos años. Al haber entrado, el Escritor sintió un tufillo personal, como si alguien hubiese estado allí, en los momentos previos a su ingreso. Sus sospechas fueron resueltas al divisar un cenicero lleno con ceniza fresca y dos colillas recién apretujadas. Jesús lo invitó a sentarse.

- ¿Te sientes más calmado ahora? No conocía en ti ese fragor con el que me hiciste recordar algunos sucesos nimios en mi carrera “social”- murmuró Jesús con algo de culpa.
- Ya que hablabas de la memoria de la gente, creí justo que seas tú mismo el que recuerde aquellas épocas ..¿no? – dijo el Escritor mientras ojeaba los títulos de la biblioteca.
- Bueno, lo que sea mi hermano. Lo que te vengo a proponer es un asuntillo que estuve tratando desde hace ya unas semanas con mis contactos en algunas organizaciones de base. Pero, primero cuéntame algo ¿Hace cuánto que estas en el país?
- Hace un mes.
- Bien, bien. Durante todo tu periplo, imagino que anduviste al tanto de lo que sucedía en el país, ¿no es cierto?
- Obvio que sí. Pero vamos, al grano ¿A qué se debe este interrogatorio? – respondió el Escritor, un poco ofuscado y distante.
- Sin rodeos. Como sabrás se acercan las elecciones al Congreso. Yo no soy un miembro activo en el partido, pero tengo mi posición aun en el. He formado muchachos en la postura política. Guiándolos en el ejemplo de nuestro líder máximo, un ejemplo de sacrificio y luch….
- ¡Al grano!
- Eres la persona idónea para lanzarte como candidato al Congreso. Si bien, no eres conocido como político activo, esa frescura es la que te convertiría en bolo fijo para la nueva Legislatura. Tengo todo listo. Mañana mismo pasas a inscribirte como miembro activo del Partido, y pasado mañana comenzamos el trabajo con las bases. Para lueg…
- Disculpa, me tengo que retirar- cortó intempestivamente el Escritor.
- Es negocio fijo hermano. Entras al Congreso por el partido y luego te unes al nuevo movimiento que lanzaré luego de las elecciones. Obvio que vamos a medias con el sueldo, ya que tendrías la elección casi ganada No te he comentado que me lanzaré como Presidente al 2016 ¿no?
- Sinceramente me das asco – espetó el Escritor, acercándose a la puerta.
- ¿Tu crees que la invitación de hoy fue porque el Ministro quería verte? – respondió Jesús. Si te dije que he seguido tu carrera no fue un simple y tonto halago para salir del paso. Eres idóneo para el cargo. Los outsiders están de moda hace mucho.

A lo lejos se escuchaba la voz solemne de alguien, que agradecía la presencia de todos los invitados.

- ¿Acaso piensas si quiera, que me voy a prestar para esas chanchadas? Viejo, no me conoces, y no pienso seguir escuchándote – respondió el Escritor como una despedida.
- Supuse que podrías negarte, por eso también reuní unas cuantas fotos en las que sales con unas chicas en alguna fiestita privada de cuando eras joven y… ¿casado?


Intempestivamente, como una ráfaga, un puñetazo se estampó en la quijada de Cuchara Roja. Absorto y tirado en el piso, no podía incorporarse. Sólo atinó a vociferar a voz en cuello que tras ese puñetazo la carrera literaria de alguien se esfumaba en ese mismo instante. No obtuvo respuesta, dado que un portazo había concluido la escena de antemano. El Escritor salió del lugar sin despedirse de nadie. A pesar que tenía muchos amigos a los cuales no había saludado de la manera que se merecían. Sin tener en mucho que pensar, tomó el primer taxi qué pasó.

Outro

- Y para finalizar ¿Qué siente cada vez que termina de escribir un texto?
- Bueno, es algo un poco confuso de explicar con palabras. Yo creo que podría compararlo con la satisfacción plena. Es algo más perceptivo que racional. Además de sentir un alivio grande, ya que el leiv motiv de un escritor radica en la necesidad de tener algo que decir. Un escritor sin problemas, sin motivaciones, sin mierda interna hace que el oficio (si puede llamarse oficio) pierda su esencia. Escribo porque tengo algo que decir, porque en cada lector yo me encuentro a mí mismo, con un ánimo voyerista o fisgón es más, quisiera estar en el momento preciso que se lea algún texto mío, seguir paso a paso al lector en cada palabra leída cada artículo, cada adjetivo, ver sus reacciones, sus gestos, apreciarlo, porque es lo más sincero que un lector puede darte: Su rostro al leer tu texto. Es imposible que pueda engañarte con eso. Las palabras u opiniones, se las lleva el viento.
- ¡Vaya que usted si lleva las letras en la entraña!
- No puede ser de otra manera ¿Acaso usted no ama lo que hace?
- Claro.
- Por eso dicen que los apasionados somos la raza más peligrosa sobre la faz de la tierra. La Historia de la Humanidad se forjó a través de esa visceralidad. Piense en eso.

El joven periodista detuvo la grabadora manual y dio las gracias. Sacó de su mochila un ejemplar y se lo hizo firmar al Escritor. Un apretón de manos selló la entrevista. Mientras el escritor seguía sentado, el periodista se incorporaba para disponerse a retirar.

- Esto sale la semana que viene. Es para un semanario de interés y cultura. Yo le enviaré un ejemplar de cortesía.
- Le estaré muy agradecido. Y no olvide…Siempre tenemos algo que decir.

martes, 31 de mayo de 2016

Manual del perfecto Escritor Latinoamericano II





















Pasaron los meses, y me dediqué a olvidar ese premio y sentarme a escribir lo que sería mi primera novela (La casa del Mono Pedro) Ya casado con Valeria, ingresé a trabajar como corresponsal de “El Matutino”, célebre semanario de opinión limeño. Ello, si bien no me daba una fortuna como sueldo, ayudaba a pagar casi todos mis gastos, así como tener una flexibilidad de horarios para escribir. Completábamos el pago de las cuentas con el pequeño sueldo de Valeria, que en esa época hacía sus pininos como psicoanalista recién salida de la Asociación Argentina del Psicoanálisis.


Tras una boda apurada, debido a un contratiempo con los boletos del avión, terminé en la fila de los casados. El brindis y los saludos se obviaron para luego porque simplemente el avión nos dejaba, y si no viajábamos en ese momento no lo haríamos hasta cuando cumpliéramos una década de feliz matrimonio (circunstancia que nunca se dio). Ni siquiera un malentendido con una refrigeradora y un perro nos detuvo en la carrera loca hacia Ezeiza. Tendríamos nuestra luna de miel soñada en Ushuaia, con bolas de nieve y mucha intimidad. Y fue así que para mí, dentro de todo ese sueño loco el nuevo estado civil fue probablemente un saludo a la bandera, barruntaré que por motivos personales me daba lo mismo tener o no un anillo de compromiso brillando en mi dedo anular. El sentimiento estaba, existía y muy adentro. ¡Caray, lo que es la juventud!


Tras la resaca amorosa que puede darnos una boda, unión simbólica o lo que se le parezca comencé e intenté hacerme a la idea de estar casado y adicionalmente seguir escribiendo. Pasábamos las tardes yendo a los cines del barrio de Constitución, donde cada semana había ciclos de cine francés, vietnamita y español de toda época. O caminando por Parque Centenario, mirando las baratijas que vendían los comerciantes ambulantes que se posaban sobre esas aceras tirrias y con olor a invierno. Invierno fue lo que en suma se me avecinó. Llegué a publicar la novela y tuve mayores colaboraciones literarias en distintos semanarios o compilaciones latinoamericanas. Gracias a ello, pude granjearme un puñado de invitaciones a congreso o simposios en varios países. En uno de ellos, realizado en Bogotá, conocí al Dr. Vega, lúcido hombre de letras colombiano. Luego de habernos bebido hasta el agua de varios floreros y disertar sobre Baroja y Unamuno (pasión que compartimos), me invitó a ser parte de su plana docente en la Universidad Libre de Bogotá, el semestre siguiente como profesor invitado del curso de Literatura Latinoamericana. Complacido y no poco emocionado acepté gustoso. Sólo debía de convencer a Valeria para que me acompañe ese semestre o muera en el intento.

Dada esta situación, con algunos antecedentes, Valeria y yo estábamos en un punto culminante de nuestro matrimonio. Ella, la muchacha simple y emocional a la vez que siempre fue, de un tiempo a otro cambió de actitud. Intuyo (porque nunca se lo pregunté) que su cambio se debió a mi negativa, en primerísimo momento, a tener familia. A lo único que aspiraba en esos años era a tener un perro pequines o uno que otro pececillo en mi sala. Yo no tenia esa rutina que me hiciera un hombre normal, por ello no podría acomodarme aún a la presencia de un niño. O en todo caso el a mi, que no seria lo mas justo. Para mí.

Nunca hubo reproche alguno, no lo hizo expreso, pero si me lo demostró con la actitud. Se ausentaba mucho de casa. Ya no salíamos a dar esos paseos por Corrientes, ni a sentarnos en la banca de alguna plaza a reírnos de la gente que pasaba o en suma de nosotros mismos. Asumí que sería estrés propio de una psicoanalista. Pero luego me di cuenta que el del problema era yo, o algo circundante a mi figura en esa relación.

La depresión post obra literaria había sido una regla en mi devenir literario. Pero luego de haber publicado mi tercera novela (Edificación Edificante) y haber sido traducido por primera vez a tres idiomas (Ingles, portugués y catalán) la bajada emocional fue mayor y mas duradera en todo aspecto. No quería ni salir de mi cama. Dejé de escribir por varios meses. Ni siquiera leía con la profusidad de antes. Creo que comencé a sentir que ya era de sentar cabeza: comprometerme de veras en algo comenzaba a escribirse en mi agenda biológica. Con 40 años encima, ya no era el mismo.

Valeria terminó por darme un ultimátum, el cual yo nunca pude asimilar a cabalidad. Simplemente no atiné a mucho. Sólo vi dos cosas: como se llevaba sus cosas y también la manera como nuestro matrimonio se venia abajo. Ante ello, en un ápice de supuesta lucidez, luego de recibir la propuesta de viajar a Bogotá por una temporada, intenté comunicarme con ella y proponerle darnos una oportunidad con ese viaje, pero, yo no estaba en su agenda personal. Diplomática y freudianamente, me mandó por un tubo. Un poco desolado, pero con muchas ganas de darme un respiro en la atormentada vida que me estaba soplando desde hace algunos meses, viajé a Bogotá, con la misma capacidad de asombro con la que salí de Lima la primera vez. Al final me quedé por dos años. En mi primera etapa, tras algunos accesos de llanto (de cuando en vez), mi vida sólo se resumía a dictar clases y regresar a casa para ponerme a escribir. Algunas veces, me animaba a cruzar palabra con alguno que otro profesor local.

Terminado el periplo bogotano, recalé algunos meses en España invitado por algunos amigos de mi juventud bonaerense. Al comienzo tras algunos días de farra, con momentos plagados de bohemia y trasnoches comencé a sentirme vivo otra vez. Pienso que tras la resaca de todo lo sentido mi ánimo sufrió un pico interesante. Aunque en el fondo, lo único que deseaba era recuperar el tiempo perdido. Luego de todo eso y varios años, escribí dos novelas mas y una editorial vasca hizo una recopilación de todos mis cuentos; dicté millones de conferencias por lugares que nunca en mi vida pensé visitar. Y mi obra llegó a lugares donde nunca imaginé ser leído.

Regresé al Perú. Con barba crecida y gente esperándome en el terminal (Últimamente le cogí terror a los aviones). Fueron alrededor de 30 años que viví como un paria por varios países, yendo y viniendo. Siempre pensé que la vida es como un gran tren que avanza a una velocidad constante por muchas estaciones, las cuales representan los años que uno va viviendo. El tren simplemente no se detiene. Sólo avanza sin dar vuelta atrás. Y sin importar el estado cochambroso y/o jubiloso en el que nos encontremos. Cuando decidí regresar lo primero que se me vino a la mente fue la de poder establecerme en Lima. Tal vez, poder conseguir alguna cátedra en una universidad bien pagada, seguir dictando conferencias aquí y allá; todo esto con el único fin de poder tener tiempo y espacio en mi agenda para poder seguir escribiendo. Craso error: Axioma en mi existencia, nunca te adelantes a lo que el destino te tiene preparado, ya que como un juego de ajedrez, el destino sólo se dedica a mover piezas y ver que sucede. Y sobre todo, darnos la contra.

Dentro de mi experiencia en la universidad como estudiante, tuve alguno que otro conocido. En ellos habían como no, muchachos que se proyectaban hacia la política y la organización. Uno de ellos, joven y encendido dirigente estudiantil, lo reencontré al mes de llegar a Lima en uno de esos tantos cócteles nocturnos al que invitan empresarios o diplomáticos de apellidos compuestos a los escritores e intelectuales en general con el único objetivo de poder jalar agua para su molino. Jesús Ramírez, otrora dirigente estudiantil, se había granjeado una camaleónica carrera política a lo largo de los años. Estudiante eterno por quince años, se dedicaba a captar estudiantes recién ingresados para hacerlos participar de la política a su manera: Juntas estudiantiles, consejos de facultad. Los contactos y el dinero comenzaban a llegar. Bajo un primigenio ideario de izquierda, “Cuchara Roja” (como era llamado en su circulo, ya que vendía cucharas de plástico en los alrededores del comedor) era el encargado de hacer tomas, luchar por mas raciones en el comedor universitario, hacer tachas a los profesores q le convenían, y demás argucias. A lo largo del tiempo, el poder al igual que el trabajo asalariado enajena a los hombres.


Sin chistar, Cuchara Roja, cruzó todo el salón repleto de invitados. Yo, sin haberlo reconocido salvo por la voz de guarapero que tenía (gracias a la venta a viva voz de las cucharas), voltee ante su inesperado saludo:

- ¿El Sr. Escritor ya no se acuerda de los viejos amigos, compañeros de muchas veladas? Eso sería contraproducente, ya que un escritor desmemoriado es un peligro para la literatura misma.
- ¿Jesús? ¿Cuchara Roja?
- El mismo que viste y calza, compañero, digo, amigo.
- Hola- respondí sin mucho entusiasmo- a los años que nos vemos, no te reconocía salvo por ese timbre de voz que nunca cambiará.
- Hay cosas que no cambian hermano. Pero quería felicitarte, porque algo que tampoco cambia es tu sapiencia y brillantez al escribir. No creas que no he seguido tu fulgurante carrera literaria.
- Gracias hermanito, se hace lo que se puede – mentí descaradamente.

Los invitados atentos, no eran ignorantes al encuentro. Muchos seguían la escena con algo de sorna y observaban con el rabillo del ojo, mientras secaban los sendos vasos de whisky en las rocas. En el medio, los mozos, cual ballet anodino hacían malabares para poder servir las alitas bouchet nadando en mayonesa. Cuchara Roja también miraba a todos lados y a ninguno. Mientras hablaba tenia tics en las extremidades sin quedarse quieto. Como aquellos tipos que están a punto de robar un banco.

- A la par, mientras tú cosechabas premios y elogios, en suma representándonos, yo también seguí en actividad. “Acompañé” algunos gobiernos; si bien la mayoría se fueron al demonio, yo salí bien librado. ¿Sabes por que? Porque yo trabajo pensando en la gente, es mi sentir, mi pasión. Me he sacrificado 30 años, yendo y viniendo, en carreras borrascosas, luchando al pie del cañón, porque yo trabajo por y para ellos.
- Eso me alegra hermano- volví a mentir con alevosía. Yo creo que la gente como tú es la que se merece este alicaído país. Es la gente que en suma, hace patria. Hay otros que sólo atinan a salir corriendo tras el sueño cosmopolita.
- No te sientas aludido, mi escritor favorito.
- No lo hago Cuchara, digo, Jesús. Yo me fui, porque quise irme. No fui tan palurdo de enrostrarle a nadie mi periplo extranjero. No hice colas por arroz, azúcar, leche. No me bañaba en billetes, pero sin saber que hacer con ellos debido a que la inflación desbordaba como el vientre de nuestro hoy reelegido presidente….
- ……No hables tan fuerte, te pueden oír.
- ¡Vamos Jesús, no intentes tapar el sol, con un dedo! ¡Tu, mas que nadie lo sabes porque estuviste metido en esa chanchada con carné de por medio!- la gente miraba absorta la escena.
- Ya te lo dije, hombre letrado. Yo trabajo por la gente- respondió Jesús con gestos adocenados. Pero tranquilízate hermanito. Yo te vengo a proponer un negocio, bueno, no le pongamos ese rótulo. Digamos que es un asunto discreto, para quitarle el ribete con tufo materialista. Sentémonos por aquí.

Los entrañables desconocidos se dirigieron hacía un salón vacío. Tras pasar una primera puerta, se acercaron a otra más pequeña. Jesús le hizo una seña al tipo que estaba parado en el umbral.



Continuará...............

jueves, 7 de abril de 2016

Manual del perfecto Escritor Latinoamericano I





















Ni los viajes, ni los premios y mucho menos lo que escriben los periódicos de mi harán que yo me vea a mi mismo de manera diferente. Tal vez tengo más barriga, la barba y el cabello crecido y ahora opino sobre la política de mi país, pero sigo siendo el mismo niño callado y explosivo a la vez; aquél que escribió su primer y único poema a la edad de siete años. Y el mismo que le tuvo terror a la literatura gracias al escarnio que hicieron sus hermanos producto de ese mismo e infeliz poema. Pero siempre hay una gota que termina por derramar el vaso.

Entre papeles, sueños y desvaríos, me empeñé en leer El Quijote. Al no comprenderlo de manera satisfactoria me empeciné en copiar en un cuaderno viejo el libro mas leído de habla castellana. No sé como, pero al termino de 3 meses con sus respectivas noches tuve mi primer manuscrito (ajeno), pero que fue mi primera imagen hacia el futuro: ¿Escritor yo? Pero eso no da plata. No suelen ser reconocidos hasta después de muertos. Viven de cheques infames, de país en país, yendo y viniendo cual culpables que solicitan asilos y/o absorben cargos políticos impresentables. Nunca. Sobre mi cadáver.

Estudié Historia. Pero al cabo de 5 años me di cuenta que mi vida no podía pasarse entre papeles que escribieron otros, criticando textos, posturas y maneras con visible animadversión para culminar sentando las bases de mi visión. Única y exclusiva. Si así lo hubiese querido, ahora sería crítico literario. Cansado de trabajar en archivos o siendo asistente de algún sociólogo reconocido o congresista de la Nación entré en crisis existencial. Mi edad cronológica iba en ascenso y según el manual del buen Hijo estaba ya entrando en la etapa “Vete de una vez de casa y has algo con tu vida”. Los 25 años en nuestras mentes suelen ser un hito: El antes y el después de una vida aparentemente normal. Edad en la cual, para nosotros hombres, significa comprometerse con alguna mujer, mantener un hogar, jurarle amor eterno por medio de unas cuantas frases cursis y un anillo “que sea la alianza y la promesa eterna de nuestro amor”. O en todo caso tener algún hijo (al menos en proyecto a corto plazo), comprar el pan y el periódico los domingos, pagar la luz en casa de tus padres o lo que sea con tal que proyecte una imagen de madurez y/o estabilidad. Pues, ni lo uno, ni aquello, ni lo otro, ni nada.

De vez en cuando recuerdo la cara de mis compañeros de trabajo al preguntar… ¿Y que vas a hacer con la plata del aguinaldo? Ellos (ante mi rostro pensativo, no porque no supiera que responder, si no porque pensaba en la manera de sacarme de encima una pregunta tan inoportuna) se adelantaban y se auto respondían: “Yo ahora compraré mi juego de comedor y doy para la cuota inicial de mi carrito. Ya lo tengo todo planificado”, sentenciaban con total seguridad. Vaya hermano, que bien por ti, tienes el futuro asegurado ¿no? Dame un abrazo caray. Yo compraré libros. ¿Qué? Si, compraré libros. ¿Para vender? No, para leer, que puede ser peor. Vaya, se nota que eres soltero…Sus rostros lo decían todo. Yo era un marciano asqueroso, un inconsciente sin cerebro. ¿Cómo va a gastar 1000 soles (de esa época) en libros? Habría que estar loco. ¡Cómo si la situación del país estuviera para comprar libros! ¡No señor! ¡La gente muriendo de hambre y el comprando libros! Asqueado, pensaba sin cesar. Llegué a la conclusión de aceptar lo que antes era inconcebible: Largarme a escribir a secas. Con mis pocos ahorros inventé un viaje de estudios a Argentina. Ahí tomaría unos seminarios de Análisis de Textos (tan acordes a la teoría hermenéutica de la Historia). No me financié completamente el viaje. Mis padres con su módica pensión de jubilados recientes y sin otra obligación más que yo, colaboraron solidariamente.

Cruzado el charco, la instalación al medio fue en un santiamén. Alquilé un pequeño cuartito de estudiante en pleno centro de Buenos Aires. Entre la Av. Córdoba y la Plaza Rodríguez Peña. Solo, con la única compañía de mi maleta, mi Rémington fallada (con la tecla espaciadora averiada) y mis libros. El cambio tan brusco (en medio de todo) me chocó. Ahora, era yo, mi creatividad y un papel en blanco. Sería un mentiroso al decir que no pasé noches en vela, aterrado por la terrible “hoja en blanco”. Mis Hemingways, Sábatos, Cortázares y Ribeyros sólo atinaban a confiar en mí y ser meros espectadores. Entre ellos miraban el gran reloj inglés de Borges y seguro comentaban: “Es cuestión de tiempo Julio Ramón. ¡El pibe va a terminar largándose a escribir y nadie lo para che! “¿Vos crees que yo era feliz dictando clases de geografía en un colegio fiscal de la Provincia de Buenos Aires?” “Claro Sr. Cortázar, entiendo perfectamente, pero a veces uno tiene una desesperación ajena, mejor dicho, me preocupo por él. ¿Recuerda cuando le envié por correo a París ese cuento terrorífico y cuasi maldito acerca del cuaderno en blanco y un novel escritor? No quiero que el muchacho sucumba ante algo parecido. Espéreme un momento, voy a comprar otra cajetilla de Gitanes”.

Yo me debatía entre armar cuentos con dotes de humor y mucho sentimiento, reírme de mi mismo, o de los demás. Con la clásica estructura cuentística Normalidad + Nudo = Desenlace, me tiré a escribir. Luego de 5 meses de escritura ardua, entre copas nostálgicas, añadiduras de la vida, me topé con que había llegado a una veintena de cuentos escritos. Me bañé en lágrimas al ver plasmado mi primer manuscrito. Era mío, escrito por mí, creado por mí. Había pasado la prueba. ¡Era un escritor! Vaya declaración inconsciente, que con el tiempo me arrepentiría en algo haberla dicho. Pero no hay escritor “real” sin un lector “real”. Olvidé recordar que el rótulo de viaje de estudios a Buenos Aires, cuasi me obligaba a escuchar aburridas charlas sobre la interpretación de textos y otras cosas que terminaron por hastiarme. De ellas recogí un puñado de amigos entrañables, varios de ellos compatriotas “autoexiliados” con el único propósito de no ser profetas en su tierra. Con casi todos conservo la comunicación hasta ahora. Entre ellos mi ex esposa. Me extenderé sobre esto mas adelante.

En ellos confié para poder aprender a escuchar críticas, opiniones y elogios. Sin saber, un día, uno de estos amigos, convicto y confeso admirador de mi “obra”, envió una copia de ese conjunto de cuentos al ya extinto concurso anual de narrativa joven “Las Venas abiertas de Latinoamérica” (en honor a tamañaza obra de Eduardo Galeano) en España. Se tomó hasta la atribución de ponerle título (“A medias tintas”) Tal intromisión resultaría con una mención honrosa (3er lugar y publicación completa de la obra en 10 países de Ibero América) Tal vez hubiera sido interesante ganar aunque sea el 2do lugar (y cobrar el jugoso premio “consuelo” de 2000 dólares) Con el tiempo, sé que muchos lo habrían ansiado con toda su alma. Pero yo sólo era un aprendiz de escritor (por propia voluntad), el cual con el hecho de ya ser leído por 5 personas era feliz. No podía quitarme la cara de asombro, luego de tres meses en adelante. Cuando un buen día la Sra. Jiménez, la casera (tan peruana como yo, pero con un acento mas porteño que cualquier argentino se hubiera sentido no argentino ante ella) tocó mi puerta y me entregó un sobre membretado y con dirección de España. Lo abrí y casi muero, ya que pensaba que era una broma pesada. Dudé y caí al fin de cuentas que habría un error del correo y yo era algún homónimo del escritor premiado.

Mi sorpresa fue más grande aún cuando le comuniqué el hecho a Antonio Rivera, el chileno más buena onda que conocí en mi vida. El me confesó todo. Yo entré en crisis nerviosa. Ese día me pegué una de las borracheras más memorables de mi vida. Terminamos en uno de esos bares de mala muerte en plena Plaza Miserere cantando a viva voz el Himno Nacional de nuestros respectivos países, siendo expectorados del lugar junto a Moñito, un “ciruja” también peruano que conocimos ese día en la plaza. A las cuatro de la mañana, y tras haber bailado marinera con pañuelo en plena intersección de la avenida Puerreydón y Rivadavia, perdí el conocimiento. Desperté en mi cuarto con los mimos y la suave voz de Valeria, mi entonces novia (luego sería mi esposa), quien me susurraba al oído que me fuera a bañar de una vez, ya que traía un olor de aserrín mezclado con vómito de borracho. Recién luego de mirar por la ventana y rascarme la cabeza me hice la clásica y borrascosa pregunta: ¿Qué pasó ayer?

La noticia llegó hasta Lima. Varias revistas, algún periódico, así como algunos de esos amigos chismosos que no nos faltan, me llamaron por teléfono para darles mis impresiones acerca del premio “tan ansiado por los jóvenes escritores de nuestro querido país y nuestra valiente literatura”. Aburrido de toda esa gratuita exposición de mis textos, sólo pensé en mi familia, y en lo contentos y asombrados que estarían con todo esto. Mi madre lloró por teléfono, mi padre me felicitó con la seriedad que siempre lo caracterizó y mis hermanos (claramente entrados en tragos) no paraban de felicitarme y darme aliento: ¡Yo sabía que serias un gran escritor! ¿Recuerdas cuando escribiste esa poesía de chiquito? ¡Siempre te apoyé! (Suspirando pensaba en lo atrevida que sonaba la falta de memoria ¿Lo que es la vida no?)


CONTINUARÁ..........

martes, 2 de febrero de 2016

Cenicienta en Niceto Club





















El reloj marcaba las siete de la noche, minutos mas minutos menos. Cenicienta dejaba por fin la escoba tranquila y viceversa. Con las manos arrugadas de tanto trapear y oliendo a piso sucio, se dirigió a su cuarto cabizbaja. Mientras, en otra pieza, sus hermanas se arreglaban para asistir al gran baile. Cenicienta miraba una y otra vez el flyer del baile: Dancing Mood en Niceto Club haciendo versiones de The Wailers, Gladiators, Skatalites y los más duros del ska y reggae jamaiquino. No podía creer que se los perdería. Por un momento pensó en escaparse por la ventana, pero de todas maneras no tenía dinero para la entrada. Su madrastra no le había dado la mísera “propina” semanal a la que estaba acostumbrada desde que su pobre padre “entregó las herramientas y se fue a conversar con San Pedro”. Sin un cobre en el bolsillo y con mucha impotencia, se echó a llorar. Doblada sobre el regazo de su cama, pensaba que no podría ir al baile donde seguro estaría ese artesano tan sucio y buenmozo que conoció en la plaza de San Telmo. De pronto, el ambiente se llenó de un olor a sahumerio rancio, a maleza dulce que cada vez la atrapaba más. Grande fue su sorpresa cuando de pronto escuchó de fondo “No Woman No Cry” de The Wailers. Y de pronto le hablaron:

- Cenicienta, ¿Qué haces ahí? Párate y deja de llorar
- Pero ¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste?
- No importa. Soy la Rasta Madrina, he venido a ayudarte.
- ¿De donde saliste? - preguntó la muchacha con asombro.
- Mis padres son de Abisinia, yo nací en Jamaica, pero eso no viene al caso ahora. Presta atención.
- Dale
- Irás al baile. ¿Tú has fumado alguna vez?
- ¿Cigarro?
- ¡Lo que sea mamita! No hay tiempo para preguntas. Ya, mejor eso no. No deseo tener problemas con la policía.
- Bueno.
- Escúchame bien. Incineraras este sahumerio mágico en todo tu cuarto. El olor se impregnará en tu ropa. Serás invisible ante los giles de la puerta del baile, y ante tus hermanastras. Entraras sin ningún problema. Pero eso si, luego que se haya consumido, abres bien las ventanas de tu cuarto para no dejar evidencias. Sales por ahí mismo. Y por favor, no te comiences a reír como una tonta. Yo me encargaré de tu madrastra. No se dará cuenta de nada.
- Está bien. Iré a arreglarme.
- Otra cosa, escúchame bien. El efecto del sahumerio dura sólo hasta la medianoche, y se recorta aún más si es que te tomas alguna birra.
- Está bien. Muchas gracias Rasta Madrina. Eres lo máximo.
- No tienes porqué. Aquí tienes también unas monedas para el bondi. Ya sabes. Sólo hasta la medianoche. ¡Ah! Y mándale un saludo a los muchachos. ¡Jah Rastafari!

Cenicienta recogió sus dreadlocks, mientras se miraba al espejo y pensaba en lo bien que la pasaría hoy.

miércoles, 13 de enero de 2016

Si suena es porque existe



















La casa pertenecía al conurbano bonaerense de comienzos del siglo pasado. Por estar ubicada en una esquina, tenia una amplitud mayor a las demás, acostumbradas a tener una fachada simple, con un bodrio de ventana que dirigía sus faces del interior hacia fuera. La casa, tras una sucesión de dueños había sido partida, con lo cual terminó reducida a su más minima expresión. Por dentro, fue objeto de refacciones mínimas pero por momentos aun permanecía esa energía cargada y a la vez benigna, esas que tienen un aire a nostalgia; y claro, un olor de disputa entre naftalina y polillas. Los golpecitos habían comenzado ocho días atrás. Ricardo los había descubierto mientras soñaba recibiendo el Premio Casa de las Américas en plena Cuba post-Castrista. A pesar de su molestia, no había podido más que lanzar un par de maldiciones mientras se levantaba de la cama para hacer sus abluciones diarias. Alfonso, más imperecedero, seguía abstraído en las dramaturgicas letras que no se cansaba de escribir cada mañana sentado en las gradas de la escalera malhecha. Ricardo bromeaba con que tenía un estilo abstracto (la escalera).

- ¿A quién se le ocurre trabajar tan temprano? – comentaba con molestia el muchacho mientras secaba su vaso de leche con cocoa matinal.
- Ricardo date cuenta que temprano no es. Esos sonidos comienzan a partir de las ocho de la mañana. Si te despertaras más...... ¿Sabes? A veces creo que sigues con el reloj marcando la hora en Lima – replicó su compañero de cuarto, con un poco de sorna.
- Pero Alfonso, no es la voz que jodan así. Es como si tuviera el taladro en las orejas. Además, yo duermo hasta un poco mas tarde porque me quedo avanzando textos en la madrugada – respondía mientras acariciaba a Fermín, el perro de la dueña de la casa.

Décimo día. Ricardo no aguantó más. Lanzó mentadas de madre a discreción, con gritos ahogados como si llorara por dentro con mucho sentimiento. En su desesperación comenzó a golpear con sus propias manos la pared de donde venían los ruidos tan molestos. Alfonso seguía la escena primero con mucho susto, debido a la repentina reacción de su amigo y luego con la impasividad de siempre. Tal vez hasta lo retrataría en alguna pieza teatral. ¿Quién sabe? Ricardo se vistió a toda carrera con un ímpetu desenfrenado. Bajó las escaleras rápidamente y logró abrirse paso tras esa vieja y pesada puerta de madera que daba a la calle. Se pegó con un rayo de sol invernal en la cara y dos vecinas interrumpieron su caminata cansina para observarlo con gesto raro. Como se miran a esos sujetos que no concuerdan con la armonía del espacio vecinal. Ricardo obvió saludos y mucho menos explicaciones. Iracundo, dobló la esquina que lo separaba de la bipartición de la casa.

Tras detenerse en un microsegundo a observar las líneas divisorias de la calzada, logró levantar la mirada, como quien toma aire para iniciar la afrenta con el ocasional y tan sólo audible adversario. Grande fue su sorpresa. No halló domicilio alguno. En todo caso, solo podía observar un terreno baldío, el cual estaba plagado de tierra; un cúmulo de basura fosilizada mostraba que no había visos de vida desde la Segunda Guerra Mundial. Pero ¿de donde vendrían aquellos ruidos?

Ricardo bajó la mirada sintiéndose por un instante el hombre más cojudo del mundo. Espió de reojo si alguien era espectador de tamaña escena. Se sintió aliviado al darse cuenta que sólo un perro que cagaba huidizamente le echaba un leve vistazo. De regreso a casa, abrió la puerta, subió las escaleras y tras ser ignorado por Alfonso, se tiró en la cama mientras seguía escuchando el punzante sonido del taladro.