martes, 17 de noviembre de 2015

Rojo Sangre




















Los diarios habían dado cuenta de lo sucedido. La calle Grau dejó de ser anónima por algunos días. Aquella casa de color melón y en estado cuasi ruinoso no dejaba de ser visitada por peritos de la policía buscando indicios de lo sucedido. Los vecinos daban declaraciones a los reporteros mientras tapaban con sus cuerpos las miserias de su rutina hogareña. Lejos de ese escenario, se sintieron unos pasos a lo largo del pasillo y una puerta se abrió de inmediato. El capitán Melchor se acomodó en su escritorio e invitó a la detenida a sentarse. Dos hombres jóvenes acompañaban la escena.

- ¿Señorita ya le tomaron sus datos? – irrumpió el oficial.
- Si.
- ¿Su nombre es? – preguntó el capitán
- Sandra. Sandra Catalina Buendía Torres – respondió con firmeza
- Bueno señorita, déme su declaración de lo sucedido.
- No recuerdo bien, sólo tengo partes sin conexión.


La oficina de color verde militar hervía en suspenso. La luz de un foco acusador alumbraba los rostros que miraban hacia un punto fijo. La acusada fijaba la mirada hacia ningún lugar, de manera que desesperaba aún más a sus interrogadores. Tras posar las manos sobre la mesa, el policía mas joven rompió el silencio.


- ¿Por qué mataste a tu madre? – retrucó el oficial mas joven ¿Qué te pudo hacer para que le asestaras 35 puñaladas? – sentenció.
- No sé.
- ¿Cómo que no sabes? ¿Nos estas tomando el pelo? ¿Sabías que si no colaboras tienes para cadena perpetua? – replicó el policía.
- ¡No sé! ¡Ya les dije que no lo sé! ¡Estoy confundida! – gritó casi enloquecida.
- Bueno Ramírez, el que hace las preguntas aquí soy yo. Dejémosla un rato sola para que se calme y piense en los años que le esperan bajo la sombra – expresó el capitán Melchor un poco hastiado de la escena.

En la oscura calma del cuartucho Sandra pudo recordar algunas imágenes. Vio primero una fuerte discusión con su madre, después una sombra con una voz conocida que la llamaba insistentemente y le señalaba un cuchillo en la cocina, luego todo fue confusión, gritos y mucha sangre. Al cerrar los ojos vio su vida como una proyección acelerada de escenas. Pudo ver los maltratos de su madre hacia ella, las humillaciones a su padre, el hallazgo del cuerpo sin vida de este, el momento cuando los médicos dijeron que papá había muerto por intoxicación, entre otras mas. Derramó unas lágrimas. Al abrir los ojos, a través de la ventana abierta del cuartucho de la comisaría pudo ver la sombra de su padre, que la animaba a saltar al vacío llamándola. En ese instante Sandra reconoció la voz que la animó a acuchillar a su madre.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Pequeñas Victorias (relato edificante)




I


Tito y Chuco salieron de casa al promediar las dos de la tarde. Era una fría tarde dominical del invierno limeño. Los días libres en la ciudad tenían un color especial. Las familias salen a comer o a pasear, con el único afán de matar la tarde libre en conjunto. Los muchachos se dispusieron a guardar las entradas en sus respectivas casacas, así como la bolsa que contenía los panes con camote que los sostendrían hasta regresar a casa. Se venía algo bueno. Ellos lo podían oler en el ambiente. Tito alzó la mano y el micro se detuvo. Hizo subir a su hermano y tomaron asiento. El trayecto era algo largo. La 73 hacía una hora exacta de camino hasta el cruce de Petit Thouars con la calle José Díaz. Una hora de camino y una conversación irregular. Los dos sólo tenían en mente una cosa: Estar dentro del estadio. No importa que falten horas para que el partido comience. No importa que hayan sacrificado el almuerzo familiar de los domingos por estar ahí. Ellos anhelaban poder deshacerse de esos papeles cromados que con tanto esfuerzo habían conseguido, y poder sentirse libres ya en la tribuna. Las entradas eran fruto de haber juntado las propinas diarias de dos semanas para poder estar en tan importante acontecimiento. Ni bien Tito se enteró de la fecha del partido había dejado de comprar ONCE, su revista futbolística semanal y juntaba con ahínco cada centavo. Chuco también se unió a las dos semanas del ahorro. Dejó incompleto su álbum de figuritas autoadhesivas y tampoco compraba el churro diario que se comía al regresar del colegio a casa. Esta vez la Selección no podía perder. Estaban seguros de eso. La última fecha en Montevideo les robaron el partido. El gol de Solano había sido legítimo. No merecieron perder. Ese árbitro chileno favoreció al local descaradamente. Esta fecha, los argentinos morderían el polvo de la derrota. No importaba que tuvieran al mejor jugador del mundo. No importaba que estuvieran primeros en la tabla. La selección hoy ganaba si o sí. Esta vez si vamos a clasificar al Mundial.



Al subir al ómnibus, Tito se había percatado que habían mas personas con camisetas de la selección. Eran como una secta secreta que se reconocía así misma de reojo, se movían la cabeza a modo de saludo y regresaban a sus ensoñaciones futboleras dentro del fondo de la ventana. Chuco sacó el primer pan de la tarde. A sus 11 años tenía un hambre de naufrago en cuarentena. Era bajito, rechoncho y callado. Pero crecía con los comentarios optimistas de su madre: “Serás tan alto y guapo como mi hermano Ramón”. El pequeño comía bajo la atenta mirada de su hermano mayor, el cual también se mandaba con el primero de la tarde: El primer bostezo. Tito era medianamente alto a sus 15 años. Era mas morocho a diferencia de su hermano menor. Ya estaban por las solitarias calles dominicales de Miraflores. Muchos carros se hacían notar con banderas rojiblancas vistosas y esos infladores ruidosos. También resonaban las bocinas. En los cruces, los policías de tránsito se mostraban algo alegres y sin esa cara de cachacos estreñidos. Hasta tenían una escarapela rojiblanca en la solapa de su saco verde olivo. El ambiente era especial.


Ya doblando hacía Conquistadores y saliendo en línea recta hacia Orrantia, el micro se topó en el semáforo con un automóvil repleto de camisetas y banderas albicelestes. Le llovieron desde mentadas de madre, hasta cáscaras de naranja. Tito y Chuco miraban sin exaltarse la pintoresca escena. Por fin llegaron a su destino. Medio micro se bajó a dos cuadras de la tribuna norte del Estadio. Entre revendedores de entradas, mujeres que les ofrecían desde camisetas con toda la numeración del equipo hasta binchas o sombreritos rojo y blancos, los muchachos lograron pasar el cerco de policías a caballo mostrando sus entradas.
La cola para entrar ya daba la vuelta hasta la altura de la Vía Expresa. Un olor nauseabundo que mezclaba higadito frito y caca de caballo los recibía al final de la cola. De pronto, a mitad de la fila, se escucharon voces alzadas y movimientos bruscos:

- ¡Oe colón de mierda andate al final! ¡No seas pendejo pues compare! ¡Jefe aquí hay un colón! ¡Jefe!
- Tito ¿Qué pasa?
- Nada, un pata que seguro se ha querido colar. Ahora viene el policía a sacarlo.
- Estoy muy apretado Tito.
- ¡No te vayas a soltar de mi espalda! ¡Ahorita seguro nos van a hacer retroceder y no vaya a ser que te quedes afuera! ¡Estate mosca!
- Ya.

Habían abierto las puertas del Estadio. Los primeros de cada cola se disponían a pasar. Los controladores, en las puertas que daban hacia las canchas de fulbito/estacionamiento de carros del Estadio previas a la entrada de la tribuna pedían a los asistentes sus respectivos boletos. Tenían unas maquinitas láser las cuales rozaban los boletos y certificaban si eran verdaderos o falsos. Toda una novedad. Por fin, Tito y Chuco habían llegado a la puerta. Revisaron sus boletos. Lograron pasar. Bajaron las escaleras al vuelo y de un brinco llegaron a la superficie. Siguieron corriendo hasta la puerta de la tribuna. Se toparon con el segundo control. Un par de policías revisaron sus bolsillos, y casi zafándose violentamente subieron cual rayo las escaleras que daban a la tribuna. Al llegar, sus ojos se abrieron ante esa ensoñación de color verde. Chuco podía hasta respirar el aroma del pasto recién cortado, aquella mesa de billar que recorría al meter sus mejores goles, los de la clasificación, los de la vuelta olímpica en sus sueños felices. Tito miraba la red del arco que daba hacia la tribuna donde estaban. Pedía a los cielos que en este arco se marcara el gol de le victoria de su Selección. El que merecía gritar todo el Estadio.







II

Mientras unos tipos en zancos iban haciendo piruetas por toda la pista atlética, se escuchaban valses por los parlantes del Estadio. Las tribunas estaban cada vez mas nutridas. Hasta las preferenciales. Las luces estaban prendidas hacia un buen rato. Al grito de ¡Ooooole! Las cuatro tribunas se confundían en olas. El Estadio era un jolgorio de optimismo y emoción. Tito y Chuco movían nerviosamente las piernas. Ya sólo faltaba media hora. Estaban ubicados a una altura media de la tribuna. Podían ver sin problemas la cancha. Unos minutos antes Chuco había saludado a un amigo del colegio que estaba acompañado de su padre. Los vendedores de cancha, sanguches y gaseosa se movían hábilmente en zigzag ofreciendo sus productos. La Banda de la Policía por fin había salido a la cancha. Eso significaba que en unos momentos saldrían los equipos a la cancha. Tocaron varias marchas militares y una que otra marinera. Tras el término de su intervención, salieron los árbitros. Segundos después, el equipo albiceleste pisó el terreno del viejo José Díaz. Tras los silbidos e insultos del caso, la Selección apareció por uno de los túneles que daban a la tribuna Sur. El Estadio se estremeció de emoción con bombardas, humo rojo y blanco, papel picado, aplausos y gritos de aliento. Tito y Chuco no paraban de gritar y saltar. Tras el canto de los respectivos Himnos Nacionales, la pelota estaba en el centro del campo. Fueron segundos de silencio. Este se rompió con el primer toque del equipo vistante.

El primer tiempo y parte del segundo había tenido un trámite mediocre. Las acciones se daban lugar en la media cancha, teniendo a los volantes de contención de cada equipo como “figuras” del lance, destruyendo los avances de los dos equipos. A partir del minuto 70, el equipo albiceleste comenzó a ser mas incisivo en sus ataques, aprovechando que el medio campo rojo y blanco había comenzado a dar muestras de cansancio. En un contragolpe, el 10 del equipo albiceleste logró sacarse de encima la marca de dos contrarios, dio un pase en callejón hacia el puntero derecho, el cual cogió algo desprevenida a toda la defensa, dribleando al arquero y así poner el primero de la noche. El Estadio era un cementerio. Las primeras caras largas y de molestia comenzaron a notarse. Tito y Chuco estaban quietos en sus lugares. No podían creerlo. La Selección perdía, y encima jugaba mal. Tenían el ánimo por los suelos. La gente a su alrededor estaba cada vez mas exaltada. Pedía la cabeza de entrenador, no paraban de putear a los defensas que no marcaban y a los mediocampistas que no creaban una situación de peligro en el arco contrario. Para colmo, los delanteros parecían asistentes privilegiados al partido. Se mostraban perdidos en el tiempo y el espacio deambulando por los tres cuartos de cancha contraria tratando de coger la pelota y encarar al arco. Esta vez no salía nada.


Para el minuto 83, el Loco, lateral izquierdo de la Selección, luego de un corner pateó una pelota en primera sacándole “astillas” al palo superior del arco contrario. Hizo despertar del letargo a todo el Estadio. Luego se sucederían mas acciones aburridas. El equipo rival ya tenía el control casi total del balón La Selección no hallaba el camino al arco rival. A todo esto, el árbitro había comenzado a cobrar faltas inexistentes a favor del equipo albiceleste. Esto enervó aún más a los hinchas locales. De pronto “el de negro” cobró una supuesta mano a favor de los visitantes:

- ¡Arbitro conchatumadre! ¡Te vamos a matar!- gritó Tito casi quedándose sin voz al terminar la frase. Los hinchas a su alrededor celebraron el reclamo airado con unas sonrisas algo sorprendidas. Chuco no salía de su asombro al ver a su hermano mayor tan emocionado por el partido. El muchacho sólo atinó a sentarse algo avergonzado en su lugar.





III

Faltaban 3 minutos para que acabara el partido. El mejor jugador del Mundo, Balón de Oro del año pasado no había aparecido hasta ese momento. El rival era dueño absoluto de la pelota. La dormía en mitad de cancha. El mejor jugador del Mundo comenzaba a hacer piruetas en el gramado, acaparando la marca de toda la defensa rojiblanca. Había comenzado su show. La gente en las tribunas se retiraba derrotada. Los hinchas cerraban los puños de impotencia. Los únicos que celebraban eran el pequeño grupo de hinchas albicelestes ubicados en la parte derecha de la tribuna de Oriente. Tito y Chuco se sentían engañados. Al lado, un señor entrado en años había mantenido prendida su vieja radio durante todo el partido. El locutor de la emisora sintonizada comentaba lo mal que había jugado el equipo local: “Esta vez no podemos decir…Jugamos como nunca y perdimos como siempre. Señores, la Selección hoy no tuvo ideas”.

-Jugamos como siempre, perdimos como siempre, más bien -se dijo Tito.

-Los partidos se ganan con goles, no con buenas jugadas. Los partidos se sacan adelante con huevos y empuje, no con jugadas bonitas -dijo alzando la voz, con ganas de ser cada segundo mas escuchado. Chuco tenía la mirada triste y perdida hacia el campo de juego. Albergaba un nudo en la garganta. Todo el esfuerzo ¿Para nada?

-Vámonos Tito. Quiero irme a la casa- dijo Chuco casi como una súplica.
- Si. Esto es una mierda – agregó rápidamente Tito

La gente que aún quedaba en las tribunas tenían puesta la mirada fijamente hacia la cancha. Algunos gritaban: “No se vayan. Tengan fé”. Era mucho pedir a estas alturas del partido. Tito y Chuco subieron las gradas rumbo a la salida. Sorteando riachuelos de orines y entre paredes pintarrajeadas se apostaban a bajar las escaleras hacia la salida de la tribuna. De pronto, una radio salida de algún lugar con el volumen al máximo comenzó a narrar increscendo:

-Minuto 92. Vamos Perú.
-Va Messi para cambiarle el ritmo. Sigue Messi, va Zambrano para buscarlo. Vargas. Recuperó Vargas, el servicio largo para buscar a Rengifo (Apòyate con Paolo De La Haza). Vaaargas, va Vargas. Empuja Vargas. Quiere pasar Vargas. Sigue Vargas. Lucha Vargas. Pasó Vargas. ¡Qué bien que la hizo Vargas! ¡Aquí está el empate! ¡En el área espera Ñol! ¡En el área espera Ñol! ¡Estaaaaaaaaaaá…..! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! Goooooooooooooooo….l! ¡Goooooooooool! ¡Gooooooool! ¡Goooooool! ¡Gooooooooool! ¡Gooooooooool peruano! ¡Con el corazón de Vargas! ¡Con los huevos de Vargas! ¡Con el empuje de Vargas! ¡Con el pundonor de Vargas! ¡Con el corazón de todos! ¡Lo hizo Vargas! ¡La metió Fano! ¡La metió Fano! ¡Pita Amarilla! ¡No merecíamos perder! ¡No merecíamos irnos con las manos vacías! ¡No merecíamos el uno a cero en contra! ¡Apareció Fano! ¡Apareció Fano en el final! ¡Apareció Vargas empujando! ¡Tuvo tiempo hasta de sacarse a un argentino! ¡Tuvo tiempo hasta de empujar a Battaglia! Tuvo tiempo hasta para levantar la cabeza ¡Tuvo tiempo hasta para mirar a Fano…! ¡Y Fano hizo su trabajo! ¡Fano hizo lo que hace un goleador! ¡Fano hizo lo que hace un nueve! ¡Ahí Fano! ¡En el área Fano! ¡Es el mejor final que me ha tocado narrar……! ¡Perú uno, Argentina uno!


El Estadio rugió al unísono. Tito y Chuco repitieron el grito de todo el Estadio. ¡Gol! ¡Gol! ¡En los descuentos! Los hermanos se abrazaron fuertemente, casi al instante, ahogando sus gritos. Como todos en esas escaleras. La gente que anteriormente había salido ofuscada, ahora pugnaba por regresar. Hasta los que ya estaban fuera de la tribuna, camino a la calle. La tribuna era una fiesta. El campo de juego también. Los visitantes estaban doblados con la mirada en el piso, derrotados con el gol de empate. Toda la banca local se abrazaba. El Loco, gestor de la jugada del gol, era abrazado por todos, y ya sin aire sólo quería ingresar a camarines. El nueve de la Selección, autor del gol declaraba a todas las cámaras de televisión, ávidas de obtener en primicia sus declaraciones. Sin aire, el jugador, dedicaba el partido a la gente en las tribunas, yendo a regalar su camiseta llena de vergüenza deportiva y claro, también sudor. En las tribunas seguía la efímera fiesta. Los muchachos habían regresado y la gente aún vibraba de emoción en las graderías. ¿De quién fue el gol? – se preguntaban muchos. ¡Del Cholo, causa! ¡Del Cholo! ¡Bien carajo!


El júbilo estuvo bueno. Tito y Chuco sudaban y tenían las gargantas llenas de escozor, por haber gritado tanto. Tenían el sentimiento de haber librado una batalla memorable. De esas que las generaciones venideras lograrían recordar. La gente comenzaba a abandonar las tribunas con caras alegres, comentándose el momento previo al gol, la jugada, lo que pensaban y hasta como saltaron y gritaron. Las puertas hacia las calles luminosas estaban atestadas de personas risueñas. Desde las veredas se escuchaban arengas, sonidos de chicharras, pitos o matracas comprados antes de ingresar al Estadio. En suma, había sido una jornada memorable.


Ya en el micro de regreso a casa, Tito y Chuco seguían comentando el partido:

- Ese gol al final fue lo mejor. El equipo le metió huevos – disparó Tito.
- Si, aunque por ahí vi dos jugadas buenas de ataque. Igual el rival jugaba mas – agregó Chuco.
- Puede ser – replicó Tito. Pero los partidos se ganan con goles, no con bonitos toques de pelota. ¿Recuerdas esa vez que metí el gol de la victoria en la canchita de la Urba? Esa vez jugamos hasta el culo, pero le metimos huevos, vino el corner, puse la pata hasta el fondo y ganamos. Me metí con pelota y todo al arco. Los del otro equipo al terminar el partido nos armaron la bronca, pero ya estaban cagados. Igual pasamos a la final en ese campeonato.

Bajaron del colectivo y caminaron hacia la cuadra donde se encontraba su casa. Al doblar hacia su cuadra, aguardaba la caseta de Angelito, el guachimán de su cuadra, el cual los recibió ansioso:

- ¿Qué tal el partido muchachos? ¿Vieron la corrida del Loquito? ¡Yo sabía que no perdían! ¡Esa es la Selección caracho!
- Habla pe Angelito. El partido estuvo medio tela, pero el final fue de infarto. Ya nos estábamos yendo, pero justo gritaron gol y regresamos – respondió Tito.
- Si pues. Ese Estadio debió ser un loquerío. Pero nada como la Selección de México 70´. ¡Ese era un equipazo! – expresó el guardián, mostrando su nostalgia.
- Ya nos vemos Angelito. Buenas Noches.
- Nos vemos muchachos.

Angelito tenía prendida la radio que lo acompañaba durante las noches. En la emisora, el locutor aún daba la crónica del partido jugado:

- Y ahora Elejalder Godos da sus impresiones del partido para Radio Ovación, un Perú en sintonía, para Pollos y parrilladas Hilton (¡Qué placer!) y Dencorub, calor que penetra, calor que alivia…!

-Gracias Mario por el pase. Hoy Perú sacó adelante un partido perdido. Con garra y empuje el equipo empató. No sirve de mucho dada la complicada situación de la Selección en la tabla, pero sirve para soñar. Por pasajes del partido merecimos perder………

Los muchachos caminaban hacia su casa. Tito volteó hacia la radio al terminar de escuchar la última frase que expulsó la radio:

- Nosotros nunca merecemos perder. Los hinchas no – replicó el muchacho. Chuco lo miró admirado, como si hubiera hablado un sabio. Sacaron la llave y entraron a casa.




lunes, 1 de junio de 2015

Una noche















El ambiente tenía una brisa amable y tibia, como augurando la venida de buenas nuevas. El barrio poco a poco se apagaba esperando la venida de otro día más en su existencia. Los negocios apagaban luces, los viejos pasean perros para no tener que limpiar porquerías al otro día. En suma, una noche apacible dentro de un barrio común y corriente. Tito y Tomasín caminaron con dirección a las casa del Chino. Iban muy bien perfumados, producidos para una noche vertiginosa.

- ¡Apura el paso pues Tito! La prima del Chino dijo que estuviéramos a las once en su casa. Sus amigas deben estar ahí también.
- ¡Quien no te conociera diría que estas un poquito angustiado! – respondió Tito burlonamente.

A unos cuantos pasos de la casa se podía observar las puertas abiertas del garaje y el sonido tenue de uno de esos carros nuevos y descartables. El humo del tubo de escape ensombrecía las siluetas de los dos amigos. Dentro, el Chino cerraba la puerta principal de entrada a su sala. Tito y Tomás, aparecían detrás de una nube negra tosiendo nerviosamente.


- ¡Oe Chino dile a tu viejo que le haga mantenimiento al carro! Con razón tienes esas paredes tan sucias pues – comentó Tito, provocando la risa de Tomás.
- Suban de una buena vez, tenemos que estar ahí en 20 minutos. Aquí compré un roncito para ir haciendo las previas.
- Si, nosotros también trajimos unas cuantas latas de chela y unos puchos.

El auto retrocedió hacia la pista. El Chino descendió del carro para cerrar la puerta de su garaje. Avanzaron unos metros. De pronto sonó un chirrido que terminó con una pequeña explosión que hizo temblar el auto.

- ¡Qué mierda fue eso! – Tito y Tomas reaccionaron en coro.
- Tranquilos muchachos, debe ser sólo el arrancador del auto. Anda un poco mal. En estos días mi viejo recibe la pensión. Habrá que cambiarlo. Esperen que bajo a moverlo y seguimos. Ya estamos retrasados.
- Ojalá, por las huevas no has hecho que me bañe y me perfume – refunfuñaba Tito, cruzándose de brazos.

Después de unos minutos de haber levantado la tapa delantera del auto, y dos pateaduras a la llanta delantera izquierda el Chino no sabía como comunicar las malas nuevas: Su carro no andaba más. Sin decir palabra alguna, se sentó en el auto, prendió la radio y comenzó a silbar ante la atónita mirada de sus amigos. Luego de pasada media hora y tras un silencio sepulcral entre los amigos, Tomás se animó a bajarle el volumen a la radio, la cual se iba apagando como sus esperanzas de ligar esa noche.

lunes, 2 de febrero de 2015

Santiago Paria
















Santiago Mediastintas salió de la facultad algo ofuscado. Había tenido un cruce de palabras sin consecuencias con el profesor de un curso, el cual había defendido la teoría primatológica de manera cuasi eufórica. Dentro de la discusión, Santiago dejó de tomar atención a lo que el viejo expresaba, sólo atinó a pensar en lo asqueroso que resultan los fanáticos y lo deplorable que hacen el mundo cada vez más. Sin embargo, Santiago reniegodetodo sabía que en el fondo, no odiaba al tipo, ni a su barata teoría (o lo que defendía gratuitamente), Santiago cejitas se sentía cada segundo más paria que nunca. La vida caía y subcaía en un eterno letargo sinsentido para él. Vivir ya había perdido la adrenalina.

¿Ir a la facultad? (Ya no tengo ganas)
¿Para qué? (Ni yo mismo lo sé, sólo voy por inercia)
¿Leer fragmentos fotocopiados de libros escritos hace cien años? (Tengo que justificar el salir de casa, así como las propinas ¿no?)
¿Seguir escuchando profesores desfasados, apolillados y con olor a naftalina? (Es el precio de la educación pública, compadre)
¿Por qué estudiar Antropología? (No lo entiendo. Estoy convencido de que somos creación de unos extraterrestres extravagantes).
Clarinada de alerta: Depresión a la vista.

Santiago pastelito, caminó sin rumbo fijo. De pequeño pensó que el mundo era su casa, pero cual Jim Morrison, al ir por plazas y avenidas sentía que la gente era extraña cada segundo más. Cada persona es un universo. Y los universos son inconmensurablemente recónditos. Tras pensar en la palabra inconmensurable, lo extensa y tajante que suena Santiago Ultrabebo suspiró el último cigarrillo que le quedaba, dobló la esquina y pensó en que la gente era muy feliz. De la mano, en tríos, en grupos bulliciosos o simplemente solos (los orates), las personas caminan felices, aplauden al estallar en risas chillonas, y sus miradas hasta parecen decir… “El mundo como posibilidad. Anímate a vivirlo”. No. Gracias, pero no. Paso.

Santiaguito El Simplón, a sus 19 años se sentía fuera de lugar en cualquier lugar. Intentó pasar por muchas tribus, pero se dio cuenta que no hallaba lugar en ninguna.

¿Los Boy Scouts? (Viejonazos con pantalones cortos y medio maricas)
¿La Academia de Fútbol? (Soy muy chato, y siempre me mandaban a tapar. Cada partido me encajaba dos goles de sombrero mínimo)
¿Escultura en frío? (Soy alérgico a muchas cosas. Con mucha más razón si son criticas a mi obra “manual”)
¿La parroquia? (Mi relación con Dios es directa. Lo siento, no admito intermediarios)
¿La guitarra? (Hendrix, Santana y Pete Townshend son asquerosamente genios, solo puedo tararear melodías mientras finjo barrer mi cuarto)
¿Los AnarcoPunks? (Todo muy bonito, pero la propiedad nunca será comunal. Además no aguanto no bañarme un día siquiera)
Segunda llamada: Se comunica a los pasajeros del Expreso Descontento que….

Santiago Elermitaño cavilaba. Se sentó sobre las gradas de un viejo edificio del Malecón de Miraflores. Los viejos paseaban perros. Los perros paseaban viejos. Los niños jugaban a ser hombres. Los hombres anhelaban ser niños otra vez. Miró el atardecer morir. ¿Alguna vez dejará de salir el sol? ¿Existe el lado oscuro de la luna? ¿Veré alguna vez a la selección peruana en un Mundial de fútbol? ¿Alguna vez me sentiré realmente feliz? Es más… ¿La felicidad existe? Seguro. Hasta puede verla. Es como si saliera corriendo y se tirara de lleno sobre el apacible río que lo espera y acogerá sin preguntas ni reproches. Dejar todo atrás. Sin importar nada ni nadie. Dios cuestiona menos y perdona. Es su trabajo ¿no?


El muchacho despertó violentamente de su ensoñación en medio de la clase, como si hubiera hecho caída libre por un tubo directo al salón de clase:

- Santiago Renato Pérez Plata, luego de leer a Fisher y a Jones y en base a la relectura de “Rebelión en la Granja” de George Orwell ¿Qué piensa acerca de la teoría primatológica?
- Estoy completamente de acuerdo con todo profesor.

Santiaguito Paria bajó la cabeza y pensó, sólo pensó que en definitiva no podría ser feliz, y que el hombre está en una escala menor que el mono. Bajó la cabeza y siguió dibujando en su cuaderno.




Nota del editor:

Con motivo de apoyar al talento peruano, incluyo en esta entrada un dibujo realizado por Paria, nuestro joven colaborador limeño (el cual tambien se animó a apoyar al diseño primigenio asi como el dibujo principal de este humilde pero honrado blog) Palmas para él.