domingo, 14 de diciembre de 2014

Mr. Ed y un bodeguero (Los dos en ácidos)




















La mañana era fría, gris y algo desolada. Por la hora, la avenida Roca sólo veía pasar colectivos vacíos con el único sopor de la costumbre de una ruta. Los árboles, o lo que quedaban de ellos, se abanicaban ante el viento gélido venido del riachuelo. En una de las últimas cuadras de dicha avenida, en plena esquina, se levantaba el Colegio. Con las rejas abiertas de par en par, y un aire de feriado invernal el Colegio estaba completamente vacío.

De pronto, en el silencio entrecortado que daban los motores de los colectivos, se oyeron los golpes metálicos de una bicicleta vieja. En ella viajaba un hombrecito barbudo, abrigado con una casaca y con el delantal puesto. Para observarlo con más atavíos, presentaba una lapicera en la oreja izquierda y las manos llenas de sumas y restas, signo de que es un hombre de números. Apurado se detuvo en la puerta del Colegio, revisando el pedido y confirmando la dirección dada. Al bajar, el hombrecito barbudo se dio cuenta de que ni él ni la dirección se equivocaban: Crnl. Roca 2221. Es mas, había una placa que así lo atestiguaba. El hombre movió los hombros en señal de asentimiento y decidió tocar el timbre. Si bien había visto las rejas abiertas de par en par, pensó…”En los feriados suele haber movimiento en las escuelas. Por algo hicieron el pedido de un paquete de yerba, dos cajetillas de Phillip Morris, tres piezas de pan y 100 grs. de jamón cocido”.

Una, dos, tres y hasta cuatro veces hizo sonar el timbre. Sin respuesta, el hombrecito barbudo se animó a entrar sin aviso. Asegurando bien su bicicleta y dejando entre abierta la reja, el tendero barbudo y cauteloso avanzaba por la antesala al gran patio del Colegio. Se percató que la oficina principal tenía la puerta abierta. En ella, un sillón viejo, vetusto, color marrón carcomido por el ambiente, daba cara hacia la pared. En la misma oficina, se veía una foto familiar muy antigua. De esas que datan cuando las fotos eran una cuestión solemne y digna de las mejores poses y los mejores trajes. Una copa de vino a medio tomar acompañaba la escena.

El hombrecito barbudo, había ya dejado la bolsa que lo traía hasta el lugar, y en suma lo que había venido a hacer. El ambiente tan misterioso lo atrajo de un momento a otro. Dispuesto a abandonar la oficina, y antes de cruzar el umbral de la puerta, logró alcanzar a ver algo con el rabillo del ojo. Era una puerta falsa al costado del armario y debajo de la foto antigua. ¡Pero quien podría pasar por aquí! – pensó.

Sin dudarlo dos veces, decidió abrir esa puerta. Tras un esfuerzo máximo, movió la puerta corroída por el oxido y la humedad. Al abrir, su rostro se convirtió en un gran signo de interrogación. De pronto apareció un jockey al costado de su caballo, el cual comía yerba apaciblemente en un campo abierto, con frutos y yuyos a los costados.

-¿Y tu quien eres? – interrogó el jinete, acariciando al animal.
- Vine a dejar un pedido al colegio… ¿De donde salió todo esto?
- No preguntes cobarde, toma tu caballo y haremos una carrera. De aquí a un kilómetro. ¡Y sin ventajas!
- ¿Cuál caballo?
- Ese de dos ruedas. Levántalo y compite conmigo. ¡Corren las apuestas!

Casi sin tomar respiro y por inercia el tendero levantó la bicicleta y se lanzó a perseguir al jockey, el cual se perdía entre los árboles.